Carta a René

No tenés idea la ternura que me inspira recogerte todos los días del área de juegos de los más chiquitos del colegio. Ya ni siquiera entrás en las hamacas, pero estás meciéndote en ellas. Hace poquito, todavía te subías a la calesita y tratabas de jugar a las escondidas entre los vericuetos que tiene.

Mi niño que está dejando de ser niño. Que ya no quiere saber que su madre lo siga adulando delante de los demás como si fuera chiquito, pero que como está en ese transe entre niño y adolescente, todavía se deja adular en la intimidad de su casa.

El otro día, cuando me dijiste que aquel parque donde te llevé era muy pequeño para vos, que querías ir a otro donde los resbalines fueran más grandes, me puse a pensar que será muy difícil encontrar uno a tu medida, porque ya creciste.

Tus ambivalencias sobre en qué etapa estas también me enternecen. Cuando te autodefinis como un “puber” (pubertad) para pedirme que te deje ir solo al cine. O cuando me pedis un regalo para celebrar el día del niño, mi corazón se quiere salir porque te miro de cuerpo entero y veo cuán grande estás. Peor cuando me contás de la niña bonita de tu clase, la que te gusta…

Ni qué decir de cuando me enteré que pediste a tus abuelos un jeans y una camisa porque querías impresionar a “alguien”. Sos tan genial que no tuviste reparos en ponerte el jeans de tu abuela y la camisa que olvidó tu padre.

Esas cosas te hacen distinto y marcan la diferencia que toda madre ve en sus hijos. Para nosotras, nuestros hijos son únicos y siempre tenemos excusa para excusarlos. Si se quedan a reforzamiento en la escuela, es porque tienen algún problemita simple; si son respondones, es porque nosotras los provocamos; si son callejeros, es porque nosotras no siempre estamos en casa para controlarlos. Siempre encontramos una respuesta para que ustedes queden bien.

Pero de verdad, vos sos diferente. Para mí que ningún otro niño ha sido tan tierno con su madre embarazada como vos. Cuando llegaba cansada, con la panza grande y los pies hinchados, ahí estabas, para acariciarme, para pasarme las chinelas, para hablarme bonito, para pedirme que te cuente cómo eras vos cuando estabas en la barriga. Juntos hicimos planes para cuando naciera tu hermana, barajamos nombres y hasta me acostabas dándome las buenas noches. Así me trataste. Esa vez, por ejemplo, asumiste otro rol, el de adulto, el del hombre de la casa que tenía que cuidarme.

Por eso decidí escribirte en el Día de
la Madre, para decirte que estos últimos doce años he sido la madre más feliz del mundo. Primero, incentivé tus fantasías mintiéndote que Dios me había mostrado un montón de fotos de bebés para que yo escoja uno, y que acertadamente te había elegido a vos; y después, cuando me exigiste la verdad, te aclaré que la cosa no fue tan así, pero que en el fondo de mi corazón fuiste perfectamente escogido.

He tratado de resumir todo lo que siento por vos, y decírtelo en este día especial, que sos el mejor regalo que me dio Dios.

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