¿En riesgo la democracia?

Quiero comenzar compartiendo brevemente una parte de mi testimonio de vida, como introducción al tema.Me tocó nacer lejos del impacto de las dictaduras. Lo único que recuerdo, como entre sueños, es a grupos de militares en ciertos lugares cercanos al barrio donde me crié en esta bella Santa Cruz. También recuerdo las colas largas que tenía que hacer mi madre para proveer de alimentos a la familia.Pero nunca vi hostigamiento ni persecución hacia los míos. Ni tengo recuerdos oscuros de aquellos años tristes y dolorosos para miles de bolivianos que, discordante con mi experiencia, tuvieron que lamentar la muerte o desaparición de sus familiares.Después sobrevino la democracia, cuya recuperación costó sangre y dejó luto en valerosas mujeres y hombres bolivianos, y con sus carencias, esa democracia no me dio riquezas, pero sí me dio lo básico para ser hoy una ciudadana agradecida a este sistema que afortunadamente impera desde hace 25 años en el país.Pero tengo que reconocer que esa preciada democracia no fue equitativa con todos los hijos de Bolivia. A unos pocos les dio mucho y a otros, que son muchos, no les dio nada.Del porqué unos cuantos recibieron mucho hablaré más adelante.Pero llama mi atención la convicción democrática de nuestro pueblo, pese a esa inequitativa distribución de los beneficios de la democracia.De acuerdo con enfoques estructuralistas, el hecho de registrar los niveles de pobreza que tenemos, de inequidad social, de divisiones étnicas y de un ineficiente desempeño económico que, aclaro, no son resultado de esta gestión de Gobierno sino de todas las que lo precedieron, eran factores suficientes para considerar el fracaso de la democracia. Pero no, nuestra seguridad en el régimen de las libertades rompió esos parámetros y aún después del 17 de octubre de 2003 continuamos creyendo en la democracia primero. Se desgastó, sí. Claro que se desgastó. Pero la sabiduría del pueblo ha sido tal que llegó a identificar a los protagonistas de esa corrosión.En esta coyuntura confrontacional, en la que los vientos soplan y levantan aromas pestilentes de los basurales que dejaron aquellos pocos de los que les hablé en principio, es decir de quienes sí se beneficiaron de la democracia, es necesario mencionar algunos datos que demuestran que ese tufo maloliente no emerge de las mayorías. Estoy refiriéndome a la sociedad en su conjunto, no a organizaciones sociales en particular.Estudios hechos por instituciones y organismos internacionales, actualizados, señalan que entre cinco y seis de cada diez bolivianos prefieren un Gobierno democrático sobre uno autoritario y entre cuatro y cinco de cada diez dicen estar satisfechos con el funcionamiento de la democracia boliviana. Son datos a diciembre de 2006. Es verdad, el 2007 marca un punto de inflexión en esta coyuntura, pero no la pasaré por alto en este análisis.Estos mismos estudios señalan que en los últimos cinco años, la situación actual difiere radicalmente de la que prevalecía en el momento más álgido de la crisis de la democracia en Bolivia.Las instituciones representativas del Estado han pasado de un nivel promedio de aprobación del 27 % en 2003 al 50% en 2006.Y miren este dato relativamente fresco, también de un estudio científico de un organismo internacional, dice: en mayo de 2007, dos de cada tres ciudadanos aprueban la gestión del Gobierno y casi la mitad valora positivamente el trabajo del Congreso y del Poder Judicial. Claro, ustedes dirán que después de los puñetazos de la semana pasada, la cosa cambia. Es probable, lo leeremos en otros informes científicos en unos cuantos meses más. Pero estoy tan convencida del poder de discernimiento que tiene el ciudadano que su lectura en el momento de evaluar las instituciones del Estado sobrepasará estas coyunturas. Más adelante les voy a explicar porqué pienso así.Cito estos datos, la mayoría del último informe del PNUD e Idea Internacional que titula El estado de la opinión, porque creo que es necesario comenzar esclareciendo, con indicadores científicos, las corrientes políticas que no responden al verdadero sentir de la sociedad.Miren ustedes, la nueva Ley Agraria se aprobó el año pasado, en medio también de un escandalete que no implicó puñetazos, pero sí patadas que destrozaron los vidrios de las puertas de la sala de sesiones del Senado Nacional. En esa ocasión se habló de todo. Se dijo que ciertos senadores habían recibido prebendas para aprobar la Ley, por ejemplo. Pero fíjense bien, a principios de este año, después de ese bochorno político, casi la mitad de la población consultada por la empresa Apoyo Opinión y Mercado, calificó bien al Poder Legislativo boliviano, que en los cuatro años anteriores (de 2003 a 2006) su aprobación había sido inferior al 40%.Y es que el ciudadano boliviano tiene tan clara la película, que sabe perfectamente diferenciar las coyunturas y no se deja engañar fácilmente por las campañas mediáticas de uno y otro polo contrapuestos.Ahora sí me voy a referir a esto de la lectura que tiene la sociedad acerca de estos episodios, también sustentada en información científica.Es que los organismos internacionales nos estudian tanto que incluso miden cada coyuntura que se nos presenta, pero esos datos nos sirven, para estas citas por ejemplo.El Informe sobre Desarrollo Humano en Bolivia de 2007, del PNUD e Idea Internacional, dice que el conflicto registrado en Cochabamba, en enero de este año, que dejó un saldo de dos personas muertas y varias heridas, dejó también como resultado una caída de casi 30 puntos en la aprobación del prefecto Manfred Reyes Villa, de casi 10 puntos en el respaldo al Presidente Evo Morales, y de cinco puntos en el apoyo al alcalde de la capital valluna. Estos descensos se registraron en menos de un mes. Al final del conflicto, la polarización permaneció latente: mientras cinco de cada diez cochabambinos aprobaba al Presidente, cuatro de cada diez aprobaba al Prefecto, pero sólo uno de cada diez aprobaba a ambos.Según este informe, esta dinámica es bastante consistente en los estudios de opinión pública de los últimos años: por más polarizado que esté el panorama político, y ante el temor que sienten los ciudadanos por lo que pueda suceder en el país, ellos penalizan a todos los actores en conflicto. O sea que no se salva uno.Y quiero citar otro ejemplo que no está lejos del momento que estamos viviendo los bolivianos hoy:En el segundo semestre de 2006, los prefectos de los tres departamentos del llamado eje central, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, mantuvieron niveles de aprobación superiores al Presidente de la República, precisamente, cuando enarbolaban un discurso opositor en defensa de la democracia y el respeto de las minorías en la Asamblea Constituyente, señalando un permanente llamado al diálogo a las autoridades gubernamentales y al oficialismo representado por el MAS. En cambio, cuando dichas autoridades regionales entraron en la dinámica del conflicto abierto con el Poder Ejecutivo, su nivel de aprobación se vio seriamente resentido.Miren qué interesante: la ciudadanía valora el rol que juegan las distintas autoridades a lo largo de un proceso de conflicto, pero en el balance parece pesar más su actuación para encontrar una salida negociada a los problemas que afectan al país. Seguramente debe ser porque al final, todos perdemos. Y eso el ciudadano lo tiene claro.Hoy estamos sumergidos en otra crisis. No podemos negarlo. Que repercute en la democracia, sí, eso tampoco podemos negar. Pero no es la crisis que nos muestra la corriente mediática impulsada por uno de los polos confrontados y que desde la instalación de la Asamblea Constituyente aparece de cuando en cuando, precisamente para afectar el proceso.Fueron meses que desperdiciamos en aquel inútil debate de los dos tercios versus la mayoría absoluta. Los dos tercios que nunca ejercitaron quienes hoy lo demandan. Pero si estamos hablando de un pasado inmediato, cuando los titulares de la misma prensa decían: “la aplanadora del oficialismo aprobó tal ley”.Y no quiero dar a entender que me voy por la mayoría absoluta.El ejemplo constituyente de los sudafricanos es digno de mencionar cada vez que uno se refiere a estos temas. Sudáfrica, un país que se desangraba por sus marcadas diferencias étnicas, supo salir de esa terrible crisis sin la necesidad de los dos tercios. Aprobó su nueva Constitución Política del Estado por UNANIMIDAD.Por demás está decir que su base fueron los consensos y claro, un líder político de tal envergadura que mereció el premio nobel de la paz en 1993.Los bolivianos ahora estamos en otro atolladero que, pese a la legitimidad de la demanda chuquisaqueña, nada tiene que ver con los verdaderos problemas de fondo, los problemas estructurales del Estado, pero que ha tenido tanto impulso, de uno y otro lado, que miren logró paralizar el trabajo de la Asamblea Constituyente. Y los protagonistas que lideran estas coyunturas, la de los dos tercios, la del dilema del carácter de la Asamblea (originaria o derivada) y ahora la referida a la capitalidad plena, son siempre los mismos. Que no aprenden de sus errores.El término democracia está tan vapuleado y manoseado que aquellos que la utilizaron para beneficio propio y de grupo, en desmedro de las grandes mayorías, hoy se llenan la boca defendiéndola en nombre del “pueblo”.Las voces mediáticas dicen que se cae la democracia porque la Asamblea Constituyente no quiere dos tercios, porque quiso ser originaria y no derivada, porque retiró de su agenda bajo una presión desesperada e irracional el de tema de la capitalidad plena que nunca se perfiló en la etapa preconstituyente, pero que apareció de pronto y tuvo tanto peso que logró la paralización del trabajo de la Constituyente.La democracia se caerá, sí, si es que no se profundiza y camina más allá de las urnas. La democracia del voto ya no es suficiente para Bolivia.La democracia electoral no le dio de comer a este pueblo y si no se llena esa carencia en este derecho ciudadano, ahí sí, la democracia peligra.Hay ciertos hechos irónicos en esta polarización confrontada:Las mismas voces que hoy defienden la democracia, también reclaman al Gobierno que implemente una política económica que impulse a los sectores productivos. Como nunca antes hay un divorcio absoluto entre el Gobierno y estos sectores.

A propósito de esto, una reciente publicación del ILDIS señala que la economía boliviana estuvo sustentada en acuerdos informales entre el poder político y las elites, situación que impidió que se establezca una base para el desarrollo económico del país. Dice textualmente que ese “camarillismo” o “compinchismo”, con esos términos, generó en Bolivia un capitalismo de camarilla, no asimilable por el capitalismo de mercado.

(Exposición en el Seminario ¿Qué futuro queremos para la democracia en Bolivia? organizado por el Centro Cuarto Intermedio)

0 Respuestas to “¿En riesgo la democracia?”



  1. Deja un comentario

Deja un comentario